Calle Asomada 61,
02210 Alcalá del Júcar
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Supersticiones en el pueblo de Alcalá del Júcar
Pese a que mucha gente considera las supersticiones como hijas de la ignorancia y el analfabetismo siempre hemos creído que, por el contrario, son restos de antiguas creencias motivo por el cual, si no hay que fomentarlas sí al menos conservarlas en la memoria colectiva como restos del pasado. En lo que respecta a este tema, si la ingenuidad era lacra común de los tiempos pasados en toda España, no se iban a librar de ello las gentes de mi pueblo, casi arrinconadas en una geografía hostil y poco comunicada con el exterior.
Propiamente dicha, nunca ha existido la alquimia, el ocultismo o la parapsicología en general y tan solo la necesidad de remediar numerosos males ha hecho a los alcalaeños el recurrir a personas supuestamente diestras en los diversos menesteres del curanderismo. Sin el menor asomo de brujería; algo con lo que se ganaban parte de su escaso condumio algunas personas a las que se tenía por doctas en el arte de la sanación. En realidad, verdaderos curanderos no los han habido nunca en nuestro pueblo, al menos en lo que va de siglo, pero no han faltado hombres y mujeres a los que se acudía buscando remedio. Lo mismo que, no hace muchos años, aún iban algunas gentes a ver al curandero de Alatoz para buscar remedio contra sus recalcitrantes males; siempre resultaba lo mismo, “o macho o hembra”, generalmente “hembra”, por desgracia; es decir, que lo que la ciencia no había podido curar, no había curandero eficaz para ello.
El caso es que el afán de mejorar, básicamente en salud, llevaban a muchos vecinos a buscar aquellas personas que realizaban estas prácticas; generalmente eran enfermos, ya que no faltaban en nuestro pueblo los que creían a pies juntillas en la virtud de cierta “gracia” entre los que “habían nacido con manto” para menear las tripas de los colicosos (de estos meneadores hemos tenido buena muestra en La Giía) o las torceduras de pies y manos hasta hacer desaparecer el dolor o encajar los huesos en su sitio.
Como ya hemos dicho anteriormente, el mejorar en salud era el motivo principal que llevaba a los alcalaeños a visitar a los curanderos, motivo por el cual es en el campo de la “medicina”, donde exista el mayor número de remedios. Uno dé los mayores problemas suele ser el ahuyentar el “mal de ojo”; en este aspecto cabe decir que chiquillo que agarraba fiebres, resfriados, meningitis, “garrotillo”, o cualquier otra enfermedad hoy fácilmente curable, es que le habían hecho “mal de ojo”; no obstante, y pese a la peligrosidad del caso, se podía respirar tranquilo, ya que había personas que lo contrarrestaban, ya fuera con una gota de aceite, con la prenda del niño o, incluso, con solo unos pelos del crío. Para deshacer él entuerto también había otros titos de tipo cabalístico-rogativo que lograban una de estas dos cosas: o curaba al chiquillo por “haber llegado a tiempo” o moría “porque el ojeo maligno había profundizado demasiado”. De estos ojeadores no he conocido ninguno en nuestro pueblo, por lo que los padres del maleficiado iban a otros lugares con faina en esta curación. ! .
Ya en el año 1929 el médico de Bonete, don Manuel Verdej o, enumeraba las características que presentaban los que producían el mal de ojo destacando, entre otras, el que si miraban a un homo encendido, se apagaba, si lo hacían a la mesa para fabricar el pan, se suspendía la fermentación, si miraban a un niño, enfermaba, etc. Según él, y atendiendo a determinadas señales, se podría reconocer a los que aojaban, motivo por el cual en los puebíos se intentaba descubrir a los causantes del mal. Una vez designados (generalmente, la “cualidad” recaía sobre personas que poseían algún defecto físico o mental que las hacía poco gratas a la comunidad) se les evitaba. El autor ve el mal de ojo como reflejo de la envidia, la discriminación y la desigualdad social. No obstante, y como en tantas otras creencias, hay variaciones de una zona a otra. En nuestra comarca, por ejemplo, quien produce el mal de ojo lo hace de forma involuntaria, motivo por el cual es imposible reconocer al supuesto culpable, excepción hecha de los gitanos, los cuales lo podían producir de forma voluntaria.
Las propiedades curativas que tenían algunas personas también las vemos reflejadas en la curación dé la hernia infantil (niños quebrados), que es la otra gran enfermedad. Para curarla había que esperar al día más milagrero, que es el de San Juan, el cual cura numerosos males. Para realizar tales curaciones, esa noche, una pareja que celebre su onomástica eñ susodicho día (Juan y Juana), tomaban al niño herniado y se lo pasaban de una a otra a través de dos ramas de higuera al tiempo que recitaban algún rezo o sortilegio.
En cuanto a males más mundanos destaca, entre todos, la curación de las verrugas. En —este aspecto podemos decir que hoyen día, en nuestros pueblos, él qué tiene vengas es p quiere, ya que para eliminarlas hay todo un sinfín de remedios, tales como restregárselas con unas cuantas hierbas el día de San Juan, antes de que salga el sol. También da buen resultado el llenar de sal la concha de un caracol y tirarlo a un pozo, aunque teniendo la precaución de salir corriendo, pues si se oye llegar al fondo no dará buen resultado. Otra variante de esto mismo, es atarle los cuernos al caracol y tirarlo al tejado. En cambio, una cosa que nunca deberá hacerse es contar las verrugas que tiene otra persona, pues de lo contrario, le saldrán al que las haya contado. Si, cosa rara, ninguno de estos remedios causa el efecto deseado, no hay que preocuparse, ya que basta salir a las afueras del pueblo y en avistando una retama, se le hacen tantos nudos como verrugas se tienen. Conforme se vayan soltando los nudos se irán yendo las verrugas.
Por su parte, los orzuelos se curan pasándose una llave hueca por el ojo y, si esto falla, otro remedio es el de hacer un montoncillo de piedras a la orilla de cualquier camino; cuando alguien pase por allí y lo derribe, el orzuelo desaparecerá. Cualquier descalabradura se cura con unas simples telarañas, mientras que el empacho se cura si un mellizo le pone la mano en la tripa al enfermo durante algunos minutos.
En realidad, siempre habrá gentes un poco “orejitiesas” ante el salero que se vuelca, el paraguas o la silla que dan vueltas, el martes y trece o el cristal que se rompe. Nadie les quitará de la cabeza que cortarse las uñas en días que llevan la letra “r” ocasiona padrastros. Modernamente, hay quien usa pulseras de metal para curar el reuma, o se pasan una alpargata caliente (que ya casi no existen), para el dolor de tripas
En el aspecto culinario, y aunque no se sabe para qué, hay gente que se coloca en la frente la punta del pepino que no haya estado en contacto con la mata. También debe evitarse el hacer mahonesa delante de un hombre pues, de lo contrario, ésta se cortará irremediablemente.
En cuestión de luchar contra el mal tiempo, los elementos y las malas nubes, no había cosa mejor que sacar de su largo letargo al santo de tumo, para que puesto en las eras, evítase la catástrofe en cuanto se aproximaba un nublado. No sabemos en qué consistía su fuerza ante los desatados elementos; el caso es que llovía o apedreaba, o a lo mejor, se paralizaban las nubes, aunque mucho nos tememos que sin tener en cuenta a las impertérritas estatuas. Para evitarse esto, también solía sacarse al santo al comienzo de la temporada agrícola, habiéndose recurrido incluso, hace unos siglos, a verdaderos “profesionales” y así vemos que, en 1752, ya se pagaban doscientos reales “al que predica la pasión y conjura las malas nubes”. Hasta hace poco, también era frecuente encender un cirio para conjurar el riesgo de pedrisco.
Por nuestra parte, también hemos conocido la existencia de uno de los personajes más típicos dentro del campo de la superstición, los zahones, los cuales creían adivinar sin el menor conocimiento de geología o radiéstesia, las corrientes de agua subterráneas para señalar y abrir pozos, o hasta encontrar tesoros escondidos.
Y así muchas cosas más, reminiscencias de un pasado demasiado oscuro y profano, que nos hacen pensar en que la ilusión y la esperanza no tienen lógica, pues hasta cierto punto es natural que se busque el alivio de males cuando uno se hace la cuenta del “perdió”.
Aunque se aparta del tema de las sanaciones, aunque no de las supersticiones, cabe destacar que, la noche de San Juan (ya mencionada anteriormente), está cargada de secretos y misterios; una costumbre de ese día es la de evitar encantamientos. Por tanto no debe pasarse por ciertos lugares porque en ellos habita alguna persona encantada que este día sale, y que el día de San Juan, único de todo el año que sale de su aposento, va en busca de alguna persona para transmitirle su encantamiento y así poder ella deshacerse del mismo. Si alguien la ve y sin darse cuenta conversa con ella, queda encantado para siempre.
Tan tenebrosa como la anterior es la “Niña de los Peines”, que con su aspecto bondadoso nos invita a ser peinados por ella, cosa que aprovecha para clavar el peine en la cabeza del ingenuo viandante; sin embargo, esta ya era más fácil de esquivar, pues tenía su habitáculo en el llamado Huerto de Malmira (Las Eras), en la cueva que hay frente al camino actual. Ni que decir tiene que esta leyenda tenía como motivo asustar a nuestros abuelos, lo cual era fácil de lograr incluso hoy en día, pues este solitario paraje, una vez oscurecido, amedrenta al más valiente.
Para terminar, y aunque no es propio de este apartado, tal vez habría que hacer aquí una pequeña mención a las prácticas de brujería. En realidad, no creemos que haya habido brujas en nuestra comarca en ningún momento de la Historia, aunque sí creencia en ellas. En este aspecto cabe destacar que, en Casas de Ves, existía la tradición de que las brujas dé la localidad se reunían en auténticos aquelarres los martes y sábados en el llamado Collado del Colmenar, ni que decir tiene que los niños que naciesen en ese momento serían bizcos y desgraciados. En este pueblo se cantaban unas coplas referidas a estas hechiceras:
‘Tres en La Balsa dos en La Pared y la capitanilla en Casas de Ves”
En realidad, esta copla es semejante a las existentes en otros pueblos de la región pero cambiando los nombres de los lugares.
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